Clásicas y tipografía: τὸ χάος

Antes de la irrupción de los ordenadores en el mundo editorial (hasta hace nada), los libros que caían en nuestras manos podían estar cuidada o descuidadamente editados, pero lo estaban siempre en una imprenta y por parte de profesionales del diseño. Desde el momento en que todos hemos tenido a la mano un ordenador con un procesador de textos que nos permite componer nuestros textos como y cuando queramos, las cosas se han vuelto mucho más fáciles y baratas, ciertamente. Pero, y ésta es la pega fundamental, se ha perdido toda profesionalidad.

Hoy en día cualquiera puede editar un libro o un artículo científico, sin necesidad de haber recibido previamente una formación mínima en dactilografía o tipografía. Por eso, los documentos tanto impresos como electrónicos están llenos de errores, aunque en apariencia parezcan bien presentados, y eso es especialmente evidente cuando se trata de Tesis Doctorales o Memorias de Licenciatura, que nunca son revisadas por un profesional de la edición.

Pero no nos engañemos: la forma es importante. Y no porque con ella se oculten o maquillen deficiencias del contenido (que siempre acabarán por descubrirse), sino porque a través de ella presentamos nuestro mensaje, y éste no consiste, en realidad, en lo que nosotros queremos transmitir, sino en lo que nuestro receptor acabará entendiendo. Así, en la medida en que podemos controlar la comunicación, es preferible que hagamos sentir cómodo a nuestro lector si queremos que siga leyendo lo que queremos decirle, y más aún si se trata de trabajos de naturaleza científica o ensayística, como son en la mayoría de las ocasiones los textos que escribimos quienes nos dedicamos a la filología. Pero esta afirmación vale para cualquier texto, en general. Nadie quiere leer un libro escrito a tamaño demasiado pequeño, o con un tipo de letra retorcido y difícil de distinguir; si no hay buenos márgenes las páginas parecerán sucias, y si no se distinguen bien los títulos del cuerpo del trabajo, el mensaje acabará resultando confuso.

Hay ciertas normas básicas de edición de textos que resultan totalmente desconocidas para la mayoría de los usuarios, aunque se agradecen, y mucho, cuando un texto las presenta, como el evitar negritas innecesarias, utilizar comillas y signos de puntuación apropiados para cada idioma, no abusar de las mayúsculas, respetar espacios entre párrafos, etc. Hay que persuadir al lector de que lo que le estamos diciendo es verdad, y de que puede confiar totalmente en el contenido, y por ello la presentación es fundamental. Es el mismo principio que movía la Retórica clásica, o las leyes de la publicidad en la actualidad.

Por lo que a las Clásicas respecta, el panorama es especialmente desolador. Por mi tesis, tengo que manejar a diario libros procedentes de las editoriales universitarias y afines más conocidas de todo el mundo, y es espeluznante la progresiva desaparición de cualquier rastro de oficio en las publicaciones de los últimos veinte años, exceptuando algunos casos que se pueden contar con los dedos. Al hecho evidente de que el aspecto y la calidad general de los libros y revistas se haya desvirtuado sensiblemente hay que añadir el escollo de los textos escritos en griego o que necesitan marcas fonéticas o símbolos especiales. La composición de los textos con el ordenador ha hecho abandonar los viejos tipos de metal, que combinaban armónicamente caracteres latinos y griegos, y que cuidaban tipográficamente el aspecto general, mediante el uso de versalitas, superíndices y subíndices auténticos, números sobre y bajo línea, signos de puntuación diferenciados para mayúsculas y minúsculas, etc. Los tipos latinos se reducen a la Times New Roman o, en casos de excepción, a las garalde italianas del tipo Garamond MT (que son, en realidad, mucho más modernas que las del buen Claudio Garamond); y ambas se mezclan, sin preocuparse del espacio interlineal o de que no coincida el tamaño de las cajas o el grosor de los trazos, con la primera fuente griega que se instaló en el ordenador de la editorial y que nadie se ha molestado en actualizar, consistente casi siempre en horrores como la Graeca, o versiones de la Symbol y similares. En nuestro país no se sale de esto normalmente, y tampoco en el extranjero; un ejemplo claro son las últimas ediciones publicadas por Alma Mater.

¿Qué se puede hacer ante este panorama? Pues, aunque parezca increíble, mucho. Cada día usamos más el ordenador para hacer casi cualquier cosa, y el fenómeno de Internet está consiguiendo que dejemos de utilizar papel en muchísimas actividades que antes lo requerían, como podían ser el intercambio de correo o de documentos. De hecho, cada página web que consultamos es lo que antes podía ser un folleto explicativo, publicidad en nuestro buzón, un manual de uso, una guía turística o un mapa, una enciclopedia, una revista, un diccionario, y podríamos seguir así hasta el infinito. Las Tesis Doctorales hay que entregarlas también en cd-rom, además de en papel, y a través del catálogo electrónico de muchas bibliotecas se puede acceder a algunos de los fondos que contienen, que están digitalizados. Es decir, vamos a tener que seguir usando el ordenador para redactar y presentar nuestros trabajos, y va a desaparecer, a corto plazo, cualquier otro medio editorial que pudiera estar a nuestro alcance. Si queremos compartir nuestros documentos, y que tanto en papel como en formato digital tengan la máxima calidad, hemos de preocuparnos un poco de los tipos de letra que usamos y de cómo maquetar correctamente los textos. Nuestro trabajo nos resultará más grato, y nuestros lectores nos lo agradecerán (y, tal vez, nos califiquen más benévolamente).

5 comentarios Clásicas y tipografía: τὸ χάος

  1. charles

    Querida, no entiendo la mitad de las cosas que cuentas, pero no dejan de divertirme, lo cual es mucho para una dama insomne.
    Una pequeña crítica: demasiado rigor para vuestros gustos literarios ¿o son sólo obligaciones académicas?.
    Quevedo o Petronio no se preocupaban tanto por temas sintácticos y ortográficos, aunque vete tu a saber si vosotros sois discípulos de Góngora y Virgilio.

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    1. Sandra Romano

      Gracias, charles.
      Los gustos literarios no son tales, es la vida. Y que ellos no se preocuparan por cuestiones sintácticas u ortográficas -que no sé yo…-, no significa que una tenga que renunciar a sus vicios. Pero sí, has dado en el clavo: en orden habría que decir Virgilio, Góngora, Quevedo, Petronio. Y muy poquitos más faltan, la verdad.
      Un placer recibir visitas tan de madrugada y tan atinadas.

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  2. Isabel

    Buscando en blogger he encontrado la clarísima e ilustrativa explicación de como instalar el griego politónico…… ¡¡¡¡MUCHAS GRACIAS DE VERDAD!!!!. Para principiantes e inseguros (como yo) es una verdadera gozada que alguien nos lo explique así.
    Isabel

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  3. Pompilo

    Opino que Sandra es una artista de la pista, la mejor clasicista de España metida al diseño web. Cada visita a delendis es una sorpresa visual. Me alegro de traerte visitas y viceversa. Στο καλό.

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